“La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”

Paulo Freire

Hoy día está ampliamente reconocido el papel de la educación como factor clave para conseguir una adecuada inclusión social.

Por ello, uno de los grandes desafíos a los que nos enfrentamos todos los que trabajamos en servicios relacionados con la protección a la infancia y adolescencia y, en concreto, en el trabajo llevado a cabo desde centros residenciales para menores con problemas emocionales y/o comportamentales, es el de conseguir que nuestros chicos y chicas alcancen aquellos logros académicos necesarios que les garanticen un futuro (González-García, Lázaro-Visa, Santos, del Valle y Bravo, 2017).

Recientemente se está empezando a prestar especial atención al importante papel que tiene una adecuada adaptación escolar para conseguir que los menores puedan formar parte activa de la sociedad, concretamente mediante una exitosa transición a la vida adulta que posibilite la incorporación al mercado laboral en un futuro.

Para ello, el desarrollo de habilidades básicas en un ambiente escolar estructurado, seguro y con profesionales dedicados, ofrece una oportunidad única (González-García et al., 2017).

Los estudios revelan que los niños y jóvenes en acogimiento residencial suelen presentar una serie de carencias, entre ellas, dificultades de adaptación escolar, de relación social, déficit de estrategias de afrontamiento, menor apoyo familiar y/o social, problemas de motivación, atención, aprendizaje y cognición. En ocasiones, pueden llegar a percibir que tienen menor apoyo familiar y social, sobre todo si son separados de sus familias, y esto puede derivar en sentimientos de fracaso, disminución de la satisfacción en las relaciones personales, caída de la confianza en sí mismos e inseguridad a la hora de tomar decisiones y también, es frecuente encontrar en estos jóvenes una mayor tendencia a la búsqueda de sensaciones o asunción de riesgos; traducido esto, muchas veces, en problemas de conducta en la escuela (Muela, Balluerka y Torres, 2013).

Otro dato preocupante es la gran incidencia de jóvenes que, habiendo pasado por centros residenciales, presentan dificultades de ajuste psicosocial en la vida adulta, haciendo más fácil que caigan, cuando sean adultos, en la marginación, la exclusión social y la dependencia en los Servicios Sociales (Muela et al., 2013).

En “La Fuente” estamos muy concienciados con la magnitud e importancia que supone conseguir que los jóvenes tengan un adecuado ajuste escolar, más aún cuando la investigación científica está apoyando la relevancia de esta cuestión. Es por ello que para nosotros se vuelve prioritario el trabajo con nuestros jóvenes en esta línea.

Tan pronto como un nuevo menor ingresa en nuestro Centro, es evaluado por nuestro equipo, elaborando, en función de los resultados de dicha evaluación, un Programa Educativo Individualizado (PEI) que guiará la intervención que se vaya a llevar a cabo con él. Una vez hecho esto, podríamos estructurar nuestra labor en el abordaje de esta problemática en dos direcciones. Por un lado, dentro de la programación del Centro se incluye trabajo escolar individualizado, en función del PEI establecido, dirigido y supervisado por nuestros educadores, tanto para aquellos jóvenes que están escolarizados y tienen tareas pendientes o material de estudio; como para aquellos chicos y chicas que estén recién incorporados al Centro y que requieren de un traslado de Centro Educativo, en este caso, nuestro objetivo es minimizar el retraso o desfase curricular que estos traslados puedan suponer.

La otra línea de trabajo pasa por garantizar que los jóvenes que residen con nosotros accedan, con la mayor prontitud posible, al recurso educativo más adecuado a cada caso.

Para ello, nuestro Equipo Técnico cuenta con la figura de un Trabajador Social, que se encarga de gestionar la escolarización de los menores, así mismo, nos ponemos en contacto con los Comités de Evaluación de los Equipos de Orientación pertinentes, para evaluar a aquellos jóvenes con necesidades específicas, siempre para asegurar que el recurso educativo es el que más se ajuste a las características y necesidades de cada menor, ya sea éste una escolarización ordinaria, especial o una formación profesional.

El seguimiento del proceso educativo de cada menor es realizado, con atención y esmero, por parte de su educador de referencia y su psicólogo. Estos asisten, de forma regular y sistemática, a las reuniones con el personal educativo del Centro Escolar (tutor y/o orientador) manteniendo con ellos continua comunicación para que haya un feedback de la información escuela-casa.

Para nosotros, la adecuada integración en el sistema educativo es clave si queremos asegurar que nuestros jóvenes se conviertan en adultos funcionales y, sobre todo, felices; ya que se garantiza tanto que adquieran las habilidades básicas específicas para el desempeño laboral futuro, como las habilidades personales necesarias para una exitosa adaptación a la sociedad.

Irene Férez Navarro,

Psicóloga en prácticas en centro “La Fuente”

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